jueves, 21 de febrero de 2008

EDUARDO MORÁN NÚÑEZ Guayaquil, 1957

Poeta de gran aliento antilírico, inició adolescente su producción poética, militando en el grupo Sicoseo de Guayaquil junto a Fernando Nieto Cadena, Fernando Balseca y Fernando Itúrburu. Alejado del mundillo literario de su ciudad, comparte su oficio literario con su profesión de arquitecto, en especial en los trabajos de “regeneración urbana” del Municipio de Guayaquil.

De “Muchacho majadero”, 1980.


MUCHACHO MAJADERO

Con premeditación y alevosía
desde hace quince inviernos
yo tengo unas ganas de joder
fabricadas a mi medida
y llevo los perfectos estatutos
de esta quincenal cara de aguacero
metidos como piedra
dentro de los zapatos.

Ganas de joder
que dejo caer sobre las paredes
de vuestros rostros absurdos.
Sobre la pintura flamante
de la angustia burocrática
de los funcionarios.
Sobre el uniforme descolorido
del pazguato de trabuco
que cuida vuestros parques.

Mi adolescencia resulta
un enfurruñado urticaria
sobre el pellejo de los días.
Dice el orientador vocacional
que escribiendo esto que escribo
por fuerza he de reconciliarme
con mi adolescente buen chico,
ese que tiene mi misma cara
y no conozco,
el que lleva mi propio odio
y que no amo ni me ama.
Bueno. Ya sé que son mentirillas
del orientador vocacional.
Pero qué importa.

Yo tengo unas ganas de joder
fabricadas a mi medida.

Acabaré de jorobar
cualquiera de estos días.
Quizás algún sábado por la noche.
Cuando el viento,
o los establecidos preceptos,
o alguna camisa de fuerza
puedan recoser el sosiego
dentro de estas venas.

Desde hace quince inviernos,
Con premeditación y alevosía,
yo tengo unas ganas de joder
fabricadas a mi medida.


Carta a papá

Viejo:
Tu hijo varón se ha casado.
Pero, por favor,
no saltes,
ni me eches de la casa,
ni me digas irresponsable hijo de perra.
Sí. Ya sé:
mi edad,
mi carrera,
mi futuro.
Sin embargo,
ya lo ves.

Te contaré que mi mujer
No usa sostén,
y se pone mis camisas.
Tiene la mirada de los niños
escarbando algo que sirva
para aplacar el gruñido del hambre
dentro de los tachos de basura
y un cierto parecido
a esta vieja herida
que tú me regalaste.

Viejo:
La mujer de tu hijo
se llama Tristeza.

La Trampa de la Serpiente

A las cinco de la tarde
cuando la señora Úrsula
me sirve la merienda.

Cuando me desnudo
y me jabono el cuerpo
y rasuro la sombra de mi barba.
Cuando me acuesto solo en mi cama.
Al desabrocharme la camisa.
Cuando enciendo el cigarrillo
y coloco la pantalla de la lámpara
sobre la penumbra
y siento que el silencio se hace más profundo.

Al regresar del trabajo,
justo al mover el mecanismo obstinado de la puerta.

Cuando mis dedos acarician un rostro
y despinto unos labios con mis labios.

Cuando la gente me da los buenos días
o pronuncian a mi alrededor
palabras confusas.
Cuando llego al límite de mis fuerzas
y el mundo exterior deja de existir.

Cuando intento infructuosamente
atrapar el humo de los años perdidos.
Y cuando el espíritu está flaco
y la carne gorda

Al conducir a 96 por hora,
cuando miro el semáforo en rojo.
Y cuando en el fondo de mi vaso
ya no queda más alcohol.

Al escribir mis poemas,
cuando no dejo que me alteren
las pasiones mentales
ni los rumores insignificantes del corazón.
Y cuando me pregunto
si es importante para el mundo
el conocer mi pensamiento.
Porque esto de escribir
no debe ser como el acto de mover los pies.
Y cuando sobrevienen
los prejuicios acerca del oficio
de no decir más que palabras
que nunca pondrán un plato de comida sobre la mesa.

Implacablemente.
En los instantes de odio
o de ternura.
Bailando en una discoteca
o haciendo vida cotidiana.
Tiritando de frío
o cocinándome al sol.
En los días limpios
o en los de ignominia.
Aquí o allá.
Sea en casa
o al aire libre.
Caigo en la trampa de tu nombre.
Tu nombre
que se retuerce como una serpiente,
mostrando sus dientes,
sonriendo.

Del Álbum de la Poesía Ecuatoriana reciente, selección
Fernando Andrade

1 comentario:

Anónimo dijo...

bacanes super q cheveres estos poemas , super q realistas,con la vulgaridad q hoy en dia se usa