miércoles, 25 de junio de 2008

VICENTE ROBALINO, Ibarra 1961


Poeta y catedrático universitario. En la década de los ochenta formó parte del Taller de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana que coordinó el escritor Miguel Donoso Pareja en Quito. Sus textos se han publicado en revistas como Eskeletra y la de la Universidad Católica de Quito.

De Sobre la hierba el día, 2001 fragmentos


I

Sobre la hierba del día
un pájaro entona
la soledad de Dios: la altura.
En ese instante
el paisaje cae vertiginoso
hacia la nada.

III

Deletreaba para él cada mañana
(igual que Dios en el Génesis)
los extraños nombres de las cosas:
silla
lámpara
velador
espejo...

Sólo entonces pudo reconocer
la ronca voz de la lluvia
el rumor que en la oscuridad
habían dejado las palabras.

VI

Quizá el mirar sea un oficio
una sana costumbre
tener el semblante de las cosas
cerca de la ingratitud de la memoria.
Nunca será certeza
de que el mundo se ha ido
pues algo quedará en el fondo
guijarro que soledad esconde.

XI

Las miradas de los ángeles caerán,
sobre los cuerpos de los arrepentidos.
La eternidad recostada en la hierba
seducirá a los justos.
Respetables pecadores
pernoctarán
en la memoria del verdugo.

XII

Lo que separa el día de la noche
un rumor apenas un instante
un cuerpo que podría revelarse
o un gran vacío: la página.

XIII

Sentarme
frente a la misma pared
hasta que el éxtasis empiece.
Sólo allí
muy cercano a la muerte o al olvido
lanzar al cielo una interrogante
XIV

Ahora que descansan en un jarrón
el silencio se ha pegado a sus pétalos
como mi memoria a tu sombra.

Solo camino con ellas
cuando empieza la oscuridad.

XV

Nos ha dejado la noche
para que pesemos
la miseria de nuestros días
y envidiemos a los árboles
que viejos y deshabitados
aún sostienen el cielo.
XVIII

Es verdad que mañana
todas las cosas estarán
donde tu memoria las dejó.

Pero si insistes en llamarlas
morirán apenas las nombres.

XXIII

Se apaga una ventana
lenta hoguera que niega el día
a oscuras sin saber dónde
empieza o termina el mundo
máscara con que calla
mi yo ante el olvido.
XXIV
Aves
perforan los ojos del cielo.
Dios enfurece a sus ángeles.
Los lagrimales de las puertas
destilan silencio.

En el aire se pudren palabras.

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