En 2007, se cumplieron doce años de la muerte física de Rafael Alejandro Larrea Insuasti, "alias" "el poeta", como lo llamaban sus amigos, alumnos y camaradas; uno de los activadores claves del movimiento Tzántzico: aquella banda iconoclasta creada y recreada en los 60, bajo el sombrero rojo de la revolución cubana. "El poeta" fue arquetipo de irreverencia contra el canon y lo "oficial", contra los bardos de cafetín y los florilegios de la "Real Academia Ecuatoriana de la Luenga", de aquellos nobles representantes de la literatura comarquiana de la época...
Rafael Larrea, siempre fiel a la propuesta tzántzica original, ligada a la acción y a una transformación posible del mundo; a una concepción ético-estética del hombre solidario, simbolizan una poética del optimismo, del avance, del siempre MAS, frente a aquella literatura que el "desencanto" y el "desencuentro" pudo extraviar a otros, que de reductores de cabezas devinieron minimales tzantzas del sistema, puesto que imaginar y construir un mundo más poético y estético, tal fue la bella tarea en la que Rafael Larrea Insuasti, perseveró hasta el final...
"Levantapolvos", fue su primer poemario (1969) una obra fundamental para entender la "poética tzántzica"; allí Rafael dispara lanzas, dardos, pucunas, verbos, flechas, pólvora, a la cabeza del buen burgués y hace arribar a María Campanario al café 77, a algún rinconcito bohemio de la plaza de Santo Domingo ; a esas picanterías y rockolas ya perdidas entre la cal de la renovación urbana, donde un día el poeta convocó a salir de su ataúd a la "vida perra / vida presidenta / embajadora vida millonaria", y propuso morir "al dizqueinventor de esta vida" /"ay qué alhaja", y salió a recitar sus levantapolvos montado en una escalera junto a Raúl Arias y Alfonso Murriagui, bajo una luna iconoclasta y parricida, oficiando de cómplice y encantador de una tribu utópica, a la que luego muchos intentaron subirse al vuelo...
Luego plantó "Nuestra es la vida", (1978) ; poética sentenciosa de influjo vallejiano, plena de "dados eternos " y de " morir con aguaceros ", tan andina y tan humana como la del peruano, en donde nos cantó poemas de amor a sus hijos y a su padre y a los '' constructores de este mundo'' ; a sus compañeros pintores, músicos y poetas del Centro de Arte Nacional, del Noviembre 15, del Taller de Literatura Joaquín Gallegos Lara : esa suerte de inventos utópicos que él ansiaba hacer reflotar ante el naufragio de dispersos y pasados "frentes culturales".
"Campanas de bronce", (Colección VivaVida 1983) editado por su compañero de armas literarias, ese otro gran ausente: Alfonso Chavez Jara, confirmó su nitidez poética frente al progresivo giro de sus contemporáneos hacia lo "cosmopolitista" y "lo solemne", "hacia el aburrido tonito de corte inglés"…, ensordeciéndolos con el sonido vigoroso de sus campanas, pues ahí Rafael intentaba re-tomar, re-asir, re-sonar ese nuestro ser andino renegado y maltrecho; aquel que persiguieran los Icaza, los Carrera y Dávila Andrade, los Miguel Angel León y Miguel Angel Zambrano; aquel paisaje poético con sombrero, poncho, y chuquirahuas; arcaísmo o "regresión indigenista" que pocos entendían, menos los jóvenes de aquel entonces, que entrampados en las luces de lo artificioso, en la angustia del embotellamiento y el stress de cemento, considerábamos anticuado, pero que nunca mejor que ahora: época de diversidades y multiculturalidad, se "deja leer" como un gran fresco de nuestra historia e identidad ecuatorial**.
En "Bajo el sombrero del poeta", (El Conejo 1988), publicado ya en plena "Era del Desencanto" (para los escritores "oficiales" y/o "de oficio") Rafael extrae sombreros y conejos de una moderna chistera. María Campanario: ya menos bella y cuarentona, pero enriquecida de mundo, vuelve a recorrer los irónicos parajes del Patrimonio Cultural de alguna Unesco con tintes eurocentristas, que no mira a Quito como lo que es: un verdadero Paisaje Cultural Milenario...
En los 80, había corrido ya mucha agua bajo los puentes y bajo su sombrero había visto bullir muchas imágenes; el indio Alfaro se había estampado sangrante contra las paredes y el paisaje de la izquierda bien vestida parecía difuminarse. Mas "El poeta" seguía allí perseverando... Venía desde la tierra de la diosa Umiña: aquella de la gran esmeralda; luego de un corto silencio, más bien, de un arduo trabajo político subterráneo, regresaba a dar a luz un nuevo árbol. Venía de escribir no solo poemas sino también canciones: había hecho " que baile la Inés, que baile el ramón" el "capishca de la libertad" y había hecho zapatear con pañuelo tricolor a los comuneros de San Juan ( ay caraju)...junto a sus compañeros músicos de Cantores del Pueblo y Noviembre 15, con quienes compuso, tarareo y zapateó, decenas de canciones que hoy forman parte del patrimonio musical de los pueblos del Ecuador.
"Nosotros, la luna , los caballos" ( Búho Editores 1995 ) editado por Francisco Borja, es un regreso en espiral a sus fantasmas tzántzicos (como todos volvemos a nuestros fantasmas de juventud un día...). En él, Rafael detona de otro modo, aquella misma temática que junto a otros iconoclastas activó en los 60. Para ese entonces, ya su llama se extinguía, pero él se negaba a dejarla apagar...
En "La casa de los siete patios", obra póstuma ( CCE 1997 ) fueron recopilados los papeles de ese cajón "lleno de mundo" donde Rafael guardaba sus recuerdos, sus cachivaches, su línea política marxista leninista ML y su Quito de acordeón y aguitas de canela, confrontándolos poéticamente con otro Quito de casi fin de siglo, donde los cieguitos son arrollados por el Trole y El Bosque y el Quicentro, y en la Gonzáles Suárez, "globalizada" pasea todavía una María Campanario ya sesentona y talvez, felizmente abuela
En 2006, su familia y amigos, en proyecto con K-Oz Editorial, publicamos una antología poética de parte de su extensa obra, que resta todavía a conocer y a bien valorar, con el prólogo de su amigo y camarada Alfonso Murriagui Valverde.
***
La última vez que con Francisco Borja vimos al poeta (abril 1995), él sacó de su garganta un aire de alegría; y dejó por un momento su intestino en metastasis y nos habló de literatura, de amor, de política, de sus proyectos para alguna vida futura...; y nos retó a seguir escribiendo, peleando, royendo el "desencanto"...; la utopía perdida para muchos, jamás para él. Aún quejándose, sacó el charango de su estuche de alpaca y nos habló con sonidos que reverberaron en ésa, su casa nueva y de Magali: su compañera; en aquella morada repleta de guitarras y de libros, tan al norte de aquella de la Briceño en el legendario barrio quiteño El Dorado.
Acompáñenme ésta, nos dijo, y se acordó del poeta y cantor boliviano que murió junto al CHE en la selva boliviana; del tren bajando su humo nuevo desde la Argentina trayendo también a Raúl Arias y Alfonso Murriagui sus compañeros de ruta ; bajó otra vez en nostalgias desde el Illimani hasta La Paz y en La Paz se acordó del amor de la gente y del Tiawanacu y del reloj de piedra por donde el sol ingresa por su ojo en cada primavera. Y luego hasta intentó tocar mis llamitas y luego solo se fue, se fue por la menor, girando hacia un sol sostenido siempre naciente, por la menor se fue otra vez girando, girando en espirales.
Diego Velasco Andrade
**CAMPANAS DE BRONCE
Rafael Larrea Insuasti
1942-1995
Yo fui el primero.
Amanecí ataviado de arcoiris.
En una piedra muda grafiqué mi procedencia
y quizás algún día hable y nos lo diga.
Yo fui el primero que bebió del agua,
quien tocó el árbol por primera vez,
medité y soñé e interpreté mi sueño
y gocé del canto de innumerables aves.
Me llaman Jumandi. Pero mis otros nombres
verdaderos tan sólo yo los sé.
Archidona y yumbo, alama y zumaco
cuanto más atrás, otros nombres tomé.
Como una hormiga trashumante bajó mi espíritu
las turbulentas aguas de mi río-mar
y jamás me dejé vencer,
ni por la naturaleza.
Pregunté a mis sueños y vencí,
vencí a la boa y su lengua peligrosa y maligna
como la de todos aquellos extraños
que tantas veces derroté.
Soñé con un vuelo de eterna libertad
y larga vida
y soplé vientos sobre mí,
sembré dudas y selva y oculté
mis conocimientos y aventuras.
Y maté al agresor y levanté
mis humanos trofeos,
y los cantos de guerra con que me defendí
en mi suenan y suenan
llamándome.
Nadie hubo aquí antes de mí.
Yo fui y soy el amo y el señor
de esta orquídea.
Desde el Pichincha,
desde las verdes pajas del páramo
se extienden mis venas,
frailejones, chuquiraguas, chaquiñanes,
delicados arroyos, poggios, pacchas,
vertientes de entusiasmado canto,
mis venas,
con la niebla de los bosques cubiertas,
arropadas con humo,
bañadas con carbón,
dulces líquenes y musgos
arbolillos, flores escritas en granito
milenario
y sombríos soles cual sonrisas.
Mis venas,
mi pelo,
mi trenza,
mis chischís.
Venas de tierra, cornisa, alero,
zumbido de quindes y de abejas reinas,
retos de diostedés y alas de guacamayos.
Mi rostro,
sus rincones, historias y leyendas
de cal y arena, sangre de argamasa,
rostro sin fin, sin eternidad,
y en las sienes, aplomas blancas,
nieves serenas, abuelas.
Mis ojos de buey,
mi nariz de águila, de cóndor mi aliento,
mi piel de naranjilla delicada,
mi piel de barro con paja,
de noche cerrada mi piel.
Mi corazón de cascada, alta y brillante, sonora.
Mis pies partiendo, yendo, andando, nunca quietos.
Mis manos, arrugas de montes, redondas colinas,
abismos, saltos, trotes de mínimos ríos
que se unen abriéndose camino hacia el mar
para besarlo con mis labios de piedra,
con mi lengua serrana, selvática, violenta,
con mi lengua golondrina, gorrión, gaviota,
cantándole canciones de miel, de mora y de viento.
Yo,
que me descubrí temblando, desnudo,
tocando rondador, tambor, pingullo,
bailando hasta que la luna se ponía,
hasta que el sol en puntas venía,
cuidado por mis huarmis cariñosas,
siempre bellas,
de una belleza mía,
contagiosa,
huarmis de un tiempo antiguo,
mi propio ritmo,
mi mundo,
mi monótono tono
que me llamaba a bailar en callado vuelo
sobre mi propia tierra,
con nubes en los hombros
para que pesaran mis muslos
para que pisaran y pisaran duro
mis pies,
acariciándola, repitiéndole
que era mía, mía, mía,
por mí,
por todos nosotros runas
dancé y dancé
hasta ponerme triste.
Ahora me veis
levantado,
cholo alzado,
más alto que diez nubes,
más duro que cien foetes lanzados
contra el odio que me tienen
los que me explotan y oprimen.
Por eso,
aquí me tienen,
mírenme, deléitense, asústense,
recuéstense en mí,
no me corro,
corazón soy
y en el pecho me quedo.
Por eso,
si me ven armado de mi cuero mestizo,
blanco a medias,
indio-castizo cuero,
zambo-mulato cuero,
negro-colorado cuero,
cholo, chazo, shuar, cofán,
quaiquér, auca u otavalo,
armado y desarmado,
enamorado y pobre,
chispo o entonado,
entredormido y entresueño
de zapato, de pata, de alpargata,
de chusma, de sombrero, de faja,
de rosado, de verde, con careta,
no se asusten,
no,
ámenme lo mismo,
porque soy tú,
y tú eres nosotros,
y más que todo eso,
todos somos de abajo,
del piso mismo,
de la tabla que habla,
de la hierba que mastica viento,
carihuairazo, palenque, pelo de choclo, sicce,
de origen humano, animal, vegetal, mineral,
de origen real, telúrico, grandioso
yo soy este otro,
estitico,
eso mismo
¡Y aquí me quedo!
Me quedo en ti
tierra, pájara, mujer.
Y para decir: ¡te amo!
me subo al cerro,
a la luna me empino para amarte,
para besar tus pies soy lengua de vaca,
cuchillo soy para acabar con tus penas,
me acuesto en tu pecho de rosas y angustias,
en ti me esparzo, en ti me siembro,
de ti florezco,
en tu boca me vuelvo sol,
me siento en tus portales,
con mis cabellos detengo el viento,
como un cometa pendo de tus techos
junto al toro, a la libre, al perro,
a los recuerdos,
me estiro y amplío mi amoroso amasado lodo,
por ti recupero la razón,
en ti me reconozco,
en todo tu esqueleto, tus venas, tu rostro
en brazo erguido, en tu pecho de ariete,
en tu grito de foete, en tu ternura de gota,
y en mis brazos te levanto,
orgulloso y propio.
En este enredo de nombres, de hombres,
de matices, me quedo, nos quedamos.
Me radico, me raíz, me empujo
el magma de este vientre andino,
de esta entraña cascájica, quebrada,
de esta peña, esta rosa, esta tonada,
me quedo, nos quedamos
Abrazados a las lluvias,
a estas desnudas nubes pasajeras,
viajeras, pájaras mojadas, despeinadas.
En estas medicinales aguas de toronja,
yerbaluisas, marialuisas, quijijes, lópez,
congos, sánchez, valdiviesos, chiluisas,
caizapantas, higuerillas, buganvillas,
tálamos, espinas, uvillas,
en estas huecas citadinas, vespertinas,
calladas y oscuras golondrinas, y
heroicas huestes obreras, campesinas,
me quedo, nos quedamos!
¡Acento mío,
voz grave mía,
violín de mi costilla,
silbido e mis sienes,
en ti me quedo,
lleno de ser por fin
mi propio yo,
mi propia tierra,
mi propio pueblo,
yo!
Rafael Larrea, siempre fiel a la propuesta tzántzica original, ligada a la acción y a una transformación posible del mundo; a una concepción ético-estética del hombre solidario, simbolizan una poética del optimismo, del avance, del siempre MAS, frente a aquella literatura que el "desencanto" y el "desencuentro" pudo extraviar a otros, que de reductores de cabezas devinieron minimales tzantzas del sistema, puesto que imaginar y construir un mundo más poético y estético, tal fue la bella tarea en la que Rafael Larrea Insuasti, perseveró hasta el final...
"Levantapolvos", fue su primer poemario (1969) una obra fundamental para entender la "poética tzántzica"; allí Rafael dispara lanzas, dardos, pucunas, verbos, flechas, pólvora, a la cabeza del buen burgués y hace arribar a María Campanario al café 77, a algún rinconcito bohemio de la plaza de Santo Domingo ; a esas picanterías y rockolas ya perdidas entre la cal de la renovación urbana, donde un día el poeta convocó a salir de su ataúd a la "vida perra / vida presidenta / embajadora vida millonaria", y propuso morir "al dizqueinventor de esta vida" /"ay qué alhaja", y salió a recitar sus levantapolvos montado en una escalera junto a Raúl Arias y Alfonso Murriagui, bajo una luna iconoclasta y parricida, oficiando de cómplice y encantador de una tribu utópica, a la que luego muchos intentaron subirse al vuelo...
Luego plantó "Nuestra es la vida", (1978) ; poética sentenciosa de influjo vallejiano, plena de "dados eternos " y de " morir con aguaceros ", tan andina y tan humana como la del peruano, en donde nos cantó poemas de amor a sus hijos y a su padre y a los '' constructores de este mundo'' ; a sus compañeros pintores, músicos y poetas del Centro de Arte Nacional, del Noviembre 15, del Taller de Literatura Joaquín Gallegos Lara : esa suerte de inventos utópicos que él ansiaba hacer reflotar ante el naufragio de dispersos y pasados "frentes culturales".
"Campanas de bronce", (Colección VivaVida 1983) editado por su compañero de armas literarias, ese otro gran ausente: Alfonso Chavez Jara, confirmó su nitidez poética frente al progresivo giro de sus contemporáneos hacia lo "cosmopolitista" y "lo solemne", "hacia el aburrido tonito de corte inglés"…, ensordeciéndolos con el sonido vigoroso de sus campanas, pues ahí Rafael intentaba re-tomar, re-asir, re-sonar ese nuestro ser andino renegado y maltrecho; aquel que persiguieran los Icaza, los Carrera y Dávila Andrade, los Miguel Angel León y Miguel Angel Zambrano; aquel paisaje poético con sombrero, poncho, y chuquirahuas; arcaísmo o "regresión indigenista" que pocos entendían, menos los jóvenes de aquel entonces, que entrampados en las luces de lo artificioso, en la angustia del embotellamiento y el stress de cemento, considerábamos anticuado, pero que nunca mejor que ahora: época de diversidades y multiculturalidad, se "deja leer" como un gran fresco de nuestra historia e identidad ecuatorial**.
En "Bajo el sombrero del poeta", (El Conejo 1988), publicado ya en plena "Era del Desencanto" (para los escritores "oficiales" y/o "de oficio") Rafael extrae sombreros y conejos de una moderna chistera. María Campanario: ya menos bella y cuarentona, pero enriquecida de mundo, vuelve a recorrer los irónicos parajes del Patrimonio Cultural de alguna Unesco con tintes eurocentristas, que no mira a Quito como lo que es: un verdadero Paisaje Cultural Milenario...
En los 80, había corrido ya mucha agua bajo los puentes y bajo su sombrero había visto bullir muchas imágenes; el indio Alfaro se había estampado sangrante contra las paredes y el paisaje de la izquierda bien vestida parecía difuminarse. Mas "El poeta" seguía allí perseverando... Venía desde la tierra de la diosa Umiña: aquella de la gran esmeralda; luego de un corto silencio, más bien, de un arduo trabajo político subterráneo, regresaba a dar a luz un nuevo árbol. Venía de escribir no solo poemas sino también canciones: había hecho " que baile la Inés, que baile el ramón" el "capishca de la libertad" y había hecho zapatear con pañuelo tricolor a los comuneros de San Juan ( ay caraju)...junto a sus compañeros músicos de Cantores del Pueblo y Noviembre 15, con quienes compuso, tarareo y zapateó, decenas de canciones que hoy forman parte del patrimonio musical de los pueblos del Ecuador.
"Nosotros, la luna , los caballos" ( Búho Editores 1995 ) editado por Francisco Borja, es un regreso en espiral a sus fantasmas tzántzicos (como todos volvemos a nuestros fantasmas de juventud un día...). En él, Rafael detona de otro modo, aquella misma temática que junto a otros iconoclastas activó en los 60. Para ese entonces, ya su llama se extinguía, pero él se negaba a dejarla apagar...
En "La casa de los siete patios", obra póstuma ( CCE 1997 ) fueron recopilados los papeles de ese cajón "lleno de mundo" donde Rafael guardaba sus recuerdos, sus cachivaches, su línea política marxista leninista ML y su Quito de acordeón y aguitas de canela, confrontándolos poéticamente con otro Quito de casi fin de siglo, donde los cieguitos son arrollados por el Trole y El Bosque y el Quicentro, y en la Gonzáles Suárez, "globalizada" pasea todavía una María Campanario ya sesentona y talvez, felizmente abuela
En 2006, su familia y amigos, en proyecto con K-Oz Editorial, publicamos una antología poética de parte de su extensa obra, que resta todavía a conocer y a bien valorar, con el prólogo de su amigo y camarada Alfonso Murriagui Valverde.
***
La última vez que con Francisco Borja vimos al poeta (abril 1995), él sacó de su garganta un aire de alegría; y dejó por un momento su intestino en metastasis y nos habló de literatura, de amor, de política, de sus proyectos para alguna vida futura...; y nos retó a seguir escribiendo, peleando, royendo el "desencanto"...; la utopía perdida para muchos, jamás para él. Aún quejándose, sacó el charango de su estuche de alpaca y nos habló con sonidos que reverberaron en ésa, su casa nueva y de Magali: su compañera; en aquella morada repleta de guitarras y de libros, tan al norte de aquella de la Briceño en el legendario barrio quiteño El Dorado.
Acompáñenme ésta, nos dijo, y se acordó del poeta y cantor boliviano que murió junto al CHE en la selva boliviana; del tren bajando su humo nuevo desde la Argentina trayendo también a Raúl Arias y Alfonso Murriagui sus compañeros de ruta ; bajó otra vez en nostalgias desde el Illimani hasta La Paz y en La Paz se acordó del amor de la gente y del Tiawanacu y del reloj de piedra por donde el sol ingresa por su ojo en cada primavera. Y luego hasta intentó tocar mis llamitas y luego solo se fue, se fue por la menor, girando hacia un sol sostenido siempre naciente, por la menor se fue otra vez girando, girando en espirales.
Diego Velasco Andrade
**CAMPANAS DE BRONCE
Rafael Larrea Insuasti
1942-1995
Yo fui el primero.
Amanecí ataviado de arcoiris.
En una piedra muda grafiqué mi procedencia
y quizás algún día hable y nos lo diga.
Yo fui el primero que bebió del agua,
quien tocó el árbol por primera vez,
medité y soñé e interpreté mi sueño
y gocé del canto de innumerables aves.
Me llaman Jumandi. Pero mis otros nombres
verdaderos tan sólo yo los sé.
Archidona y yumbo, alama y zumaco
cuanto más atrás, otros nombres tomé.
Como una hormiga trashumante bajó mi espíritu
las turbulentas aguas de mi río-mar
y jamás me dejé vencer,
ni por la naturaleza.
Pregunté a mis sueños y vencí,
vencí a la boa y su lengua peligrosa y maligna
como la de todos aquellos extraños
que tantas veces derroté.
Soñé con un vuelo de eterna libertad
y larga vida
y soplé vientos sobre mí,
sembré dudas y selva y oculté
mis conocimientos y aventuras.
Y maté al agresor y levanté
mis humanos trofeos,
y los cantos de guerra con que me defendí
en mi suenan y suenan
llamándome.
Nadie hubo aquí antes de mí.
Yo fui y soy el amo y el señor
de esta orquídea.
Desde el Pichincha,
desde las verdes pajas del páramo
se extienden mis venas,
frailejones, chuquiraguas, chaquiñanes,
delicados arroyos, poggios, pacchas,
vertientes de entusiasmado canto,
mis venas,
con la niebla de los bosques cubiertas,
arropadas con humo,
bañadas con carbón,
dulces líquenes y musgos
arbolillos, flores escritas en granito
milenario
y sombríos soles cual sonrisas.
Mis venas,
mi pelo,
mi trenza,
mis chischís.
Venas de tierra, cornisa, alero,
zumbido de quindes y de abejas reinas,
retos de diostedés y alas de guacamayos.
Mi rostro,
sus rincones, historias y leyendas
de cal y arena, sangre de argamasa,
rostro sin fin, sin eternidad,
y en las sienes, aplomas blancas,
nieves serenas, abuelas.
Mis ojos de buey,
mi nariz de águila, de cóndor mi aliento,
mi piel de naranjilla delicada,
mi piel de barro con paja,
de noche cerrada mi piel.
Mi corazón de cascada, alta y brillante, sonora.
Mis pies partiendo, yendo, andando, nunca quietos.
Mis manos, arrugas de montes, redondas colinas,
abismos, saltos, trotes de mínimos ríos
que se unen abriéndose camino hacia el mar
para besarlo con mis labios de piedra,
con mi lengua serrana, selvática, violenta,
con mi lengua golondrina, gorrión, gaviota,
cantándole canciones de miel, de mora y de viento.
Yo,
que me descubrí temblando, desnudo,
tocando rondador, tambor, pingullo,
bailando hasta que la luna se ponía,
hasta que el sol en puntas venía,
cuidado por mis huarmis cariñosas,
siempre bellas,
de una belleza mía,
contagiosa,
huarmis de un tiempo antiguo,
mi propio ritmo,
mi mundo,
mi monótono tono
que me llamaba a bailar en callado vuelo
sobre mi propia tierra,
con nubes en los hombros
para que pesaran mis muslos
para que pisaran y pisaran duro
mis pies,
acariciándola, repitiéndole
que era mía, mía, mía,
por mí,
por todos nosotros runas
dancé y dancé
hasta ponerme triste.
Ahora me veis
levantado,
cholo alzado,
más alto que diez nubes,
más duro que cien foetes lanzados
contra el odio que me tienen
los que me explotan y oprimen.
Por eso,
aquí me tienen,
mírenme, deléitense, asústense,
recuéstense en mí,
no me corro,
corazón soy
y en el pecho me quedo.
Por eso,
si me ven armado de mi cuero mestizo,
blanco a medias,
indio-castizo cuero,
zambo-mulato cuero,
negro-colorado cuero,
cholo, chazo, shuar, cofán,
quaiquér, auca u otavalo,
armado y desarmado,
enamorado y pobre,
chispo o entonado,
entredormido y entresueño
de zapato, de pata, de alpargata,
de chusma, de sombrero, de faja,
de rosado, de verde, con careta,
no se asusten,
no,
ámenme lo mismo,
porque soy tú,
y tú eres nosotros,
y más que todo eso,
todos somos de abajo,
del piso mismo,
de la tabla que habla,
de la hierba que mastica viento,
carihuairazo, palenque, pelo de choclo, sicce,
de origen humano, animal, vegetal, mineral,
de origen real, telúrico, grandioso
yo soy este otro,
estitico,
eso mismo
¡Y aquí me quedo!
Me quedo en ti
tierra, pájara, mujer.
Y para decir: ¡te amo!
me subo al cerro,
a la luna me empino para amarte,
para besar tus pies soy lengua de vaca,
cuchillo soy para acabar con tus penas,
me acuesto en tu pecho de rosas y angustias,
en ti me esparzo, en ti me siembro,
de ti florezco,
en tu boca me vuelvo sol,
me siento en tus portales,
con mis cabellos detengo el viento,
como un cometa pendo de tus techos
junto al toro, a la libre, al perro,
a los recuerdos,
me estiro y amplío mi amoroso amasado lodo,
por ti recupero la razón,
en ti me reconozco,
en todo tu esqueleto, tus venas, tu rostro
en brazo erguido, en tu pecho de ariete,
en tu grito de foete, en tu ternura de gota,
y en mis brazos te levanto,
orgulloso y propio.
En este enredo de nombres, de hombres,
de matices, me quedo, nos quedamos.
Me radico, me raíz, me empujo
el magma de este vientre andino,
de esta entraña cascájica, quebrada,
de esta peña, esta rosa, esta tonada,
me quedo, nos quedamos
Abrazados a las lluvias,
a estas desnudas nubes pasajeras,
viajeras, pájaras mojadas, despeinadas.
En estas medicinales aguas de toronja,
yerbaluisas, marialuisas, quijijes, lópez,
congos, sánchez, valdiviesos, chiluisas,
caizapantas, higuerillas, buganvillas,
tálamos, espinas, uvillas,
en estas huecas citadinas, vespertinas,
calladas y oscuras golondrinas, y
heroicas huestes obreras, campesinas,
me quedo, nos quedamos!
¡Acento mío,
voz grave mía,
violín de mi costilla,
silbido e mis sienes,
en ti me quedo,
lleno de ser por fin
mi propio yo,
mi propia tierra,
mi propio pueblo,
yo!
2 comentarios:
Rafael Larrea fue mi profesor de música. Y lo recuerdo porque no sólo enseñaba teoría musical, sino que además despertó en quienes fuimos sus alumnos, el interés por la cultura latinoamericana. Fueron muchas ocasiones que hablamos de Pablo Neruda, Mario Benedetti. También de cultura nacional hablamos. Nicasio Safadi, Rubira Infante... Recuerdo también la música que traía en su vieja grabadora. Varias veces le mostré mis propios poemas, y siempre recibí de él, las mejores recomendaciones para mejorarlos. Siempre lo recordaré como el maestro, el artista, el poeta, el amigo.
Rafael Larrea, el camarada poeta ecuatoriano inpregno en sus compañeros el verdadero arte, la música, con sabor chispiante de alegría, luego sumilló con la palabra ese vervo ardiente que todos soñamos, el cambio, esas leciones jamas olvidaremos, el mejor recuerdo es seguir luchando por la Patria y el Hombre Nuevo que el soñaba. soy un soñador como él.
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